viernes, 25 de enero de 2008

Dos noches, un trono, la pintura y el pintor

Soy la poseedora de una hermosa historia. Si mi vida fuera una pintura, los colores mas brillantes resaltarían en ella. También habría sombras, pero lejos de perjudicar el cuadro le darían un aspecto tridimensional. Después de todo la belleza se aprecia mejor gracias al contraste.

De pie hoy frente a la inmensa obra de arte, me invade un sentimiento muy antiguo, pero que yo conocí no hace mucho: plena satisfacción. Es muy probable que si alguien mas ve mi pintura haga una mueca de negación y desagrado, pues cada quien tiene su propia escala de valores y juzga de acuerdo a ellas, en comparación a su propio modelo ideal preestablecido. Le comprendería sin problemas y sin resentimientos, ¡hasta yo misma reaccioné así por un tiempo! Esperando poder sonreír cuando el paisaje cambiara, ignorando que quien tenía que cambiar era yo.

Debe ser ya de madrugada, tengo una vaga idea del tiempo transcurrido desde que me acosté a la media noche, no creo haber dormido mucho, pero mi mente está muy lúcida y despierta. Esta noche me trae otra noche, hace muchos años en Xela, cuando yo tenía unos 7. Mi hermanito Eduardo dormía en su cama a la par, oscuridad y silencio... como ahora. No recuerdo bien en qué pensaba, pero recuerdo que estaba triste, tenía la mirada fija en la silueta obscura de la antigua máquina de coser de mi mamá, que estaba a los pies de mi cama. Allí sumergida en mi pequeño mundo de niña, de pronto percibí que había alguien parado detrás de la máquina, levanté los ojos...y lo vi.

Sólo pude verlo unos pocos segundos porque instintivamente me escondí entre mis chamarras. De los detalles de su ropa o su rostro pude notar muy poco: un vestido blanco, un manto azul, y sus ojos, o mas bien su mirada fija en mí, proyectándome la serenidad del universo, combinando la autoridad y la ternura no se como. Debajo de mis colchas con el corazón latiéndome muy rápido escuché su voz: “YO SOY TU DIOS... Y SOLO YO”. Mi cerebro procesó el mensaje lentamente después de la voz: “yo soy tu Dios... y solo... yo” ¡Entonces debe ser Jesús! Pensé. Y pudiendo más la curiosidad que el susto saqué despacito la cabeza para ver... se había ido.

Al día siguiente le conté a mi mamá sobre la singular visita, le pregunté qué significaba lo que él me dijo, y ella me respondió sin complicar para nada el mensaje, que Dios no quería que yo amara algo más que a El, pues todo lo que se ame mas que a El se convierte en un ídolo. Eso tenía sentido, pues esa noche yo me había acostado triste porque mi hermano me había roto el póster de “Los Chicos”, lo único que yo había logrado tener de éste cuarteto de cantantes a pesar de mis constantes súplicas y lloriqueos pidiendo los discos, ir al concierto y toda aquella fiebre de artículos que vino con ellos.

Yo no lo supe entonces, pero esa noche Dios estaba poniéndole la etiqueta al archivo donde se guardaría mi historia. Estableciendo su propósito conmigo. Resumiendo en una sola frase sus objetivos para mi vida. Era sin duda el lado de mí con el que más tendría que trabajar, pero no se rendiría. Así le tomara muchos años, El conseguiría sentarse en el trono de mi corazón.

24 años después de aquella noche, me encuentro hoy otra vez en una habitación a obscuras. Mis hijos duermen a mi lado. Mis ojos perciben las sombras serenas y deliciosas de la noche, pero yo solo puedo absorta contemplar la maravillosa pintura de mi vida: En la parte de arriba tiene escrito el tema: “YO SOY TU DIOS... Y SOLO YO”, y luego la firma del pintor se lee: “Jesús...”. Entonces me doy cuenta que no estoy sola, otra vez está El aquí conmigo, trajo la pintura para que yo pueda ver como va. Si, también El se siente satisfecho ¡cómo hemos avanzado! Sin duda sabe lo que aun debe agregarle, El es el artista... El Pintor, completará la obra.

Sonrío ante el paisaje, mientras mi espíritu baila, ¡canta!.. ¡celebra!, y su Espíritu baila conmigo, de pronto éstas cuatro paredes no pueden limitarme, no estoy en éste cuarto sino en el universo. Esto me ha sucedido antes... ¡sí! Es su presencia, se me hace cada vez mas familiar. Mi voz de pronto interrumpe los reverentes sonidos nocturnos, y temblando como una novia enamorada, apunto de llorar y apunto de reír, 24 años después de aquella noche, con absoluta certeza he respondido: “Sí Señor... TU ERES!”

Sin embargo el viaje desde aquella noche hasta esta, no ha sido fácil para El ni para mí. Cuando fui adolescente llegué aun a dudar de su existencia. No se donde aprendió este corazón a cuestionarlo todo, y no se puede poner en el trono a alguien en quien no se cree totalmente, así que si el trono se queda sin rey es fácil que cualquiera lo suplante. Luego creí en Dios de verdad, pero no podía entenderlo, no se quien le dijo a mi corazón pretencioso que tenía que entenderlo todo. Tampoco se puede poner en el trono a alguien cuando se quiere saber mas que El. Así que el trono vacío siempre era aprovechado por alguien o por algo mas, incluso lo llegué a ocupar yo misma. Jamás me sentí tan torpe como entonces.

Así muchos reyes pequeños y grandes pasaron por el trono de mi corazón. Todos fracasaron, me fallaron y me traicionaron, porque ninguno me enseñó a ser feliz, y eso era todo lo que yo quería. Pero en fin yo siempre volvía a darle el trono a otro rey, pues existe sin duda algún mecanismo de defensa del corazón inseguro, que necesita aferrarse a algo por útil o inútil que sea. Estamos programados desde el momento justo de nuestra creación para encontrar la plenitud de la vida SI Y SOLO SI Dios ocupa el trono. De lo contrario, nada ni nadie por maravilloso, exitoso o noble que parezca hará que el sistema funcione.

Por supuesto jamás reconocí públicamente a los reyes suplantadores, en cualquier momento que tuve que decir que Jesús era mi Señor, lo dije, ¡y muy convencida!. Tristemente no era así, y Dios lo sabía. Su diagnóstico para mí estaba escrito en Isaías 29:13: “Dice pues el Señor: porque este pueblo se acerca a mi con su boca, y con sus labios me honra, pero su corazón está lejos de mí, y su temor de mi no es mas que un mandamiento de hombres que les ha sido enseñado”.

¿Quién me oyó orar? Le oraba a Dios. ¿Quién me escuchó hablar? Hablaba de Dios y muy bien. Si le hubieran preguntado a mis amigos ¿conocen a alguien que tema a Dios? Habrían respondido: Becky. No fingía, simplemente estaba convencida de que mi relación con Dios era la correcta, pero El no se conformaría con aquello. Dios quería el trono de mi corazón y no haría excepciones con nadie que tuviera que ser destronado, hasta que El lo ocupara.

Hizo conmigo como con Abraham: Su esposa fue estéril y ellos soñaron con un hijo mas que con cualquier otra cosa, Dios les prometió no uno sino una nación. La promesa llegó y nació Isaac, Abraham y Sara no podían ver otra cosa que no fuera ese bebé, ¿No era el mas lindo de la tierra? Lo habían esperado toda la vida... empezó a caminar y a hablar, y cada vez era mas gracioso, inteligente y ¡cómo se parecía a ellos!. Pero un día Dios le pidió a Abraham que sacrificara a su hijo en un altar. Sin duda miles de sentimientos turbaron la vida de ese hombre, quizás llegó a pensar: “No tengo que hacerlo, esto no viene de Dios, no es razonable, ¿por qué quitarme lo que El mismo me dio?”. Pero Dios lo estaba probando, quería el trono de su corazón, (que podría ocupar el niño).

Abraham estaba ante una difícil decisión ¿sería un padre abnegado o sería un hijo obediente? Decidió ser un hijo obediente aunque le costara su mas bello sueño de ser padre. Pero cuando Abraham fue un hijo, Dios fue un padre y entonces salvó a Isaac, sabía que le diera lo que le diera a aquel hombre, nada podría quitarle el trono de su corazón era suyo por sobre cualquiera.

Yo también le di a mi Isaac y le di por fin el trono de mi corazón. Pero jamás podré darle a El mas de lo que el me da a mí, así que entonces Dios me dio el tesoro de la vida, lo abrí y había allí joyas de todos colores, tamaños y diseños. Una de ellas se llama libertad, otra se llama gozo, hay una que constantemente busco para ponerme: se llama paz, joyas de valor incalculable. Me dio el tesoro que busca el hombre mas rico del mundo y el mas pobre, el tesoro que buscan los mas famosos y hermosos. ¡Me lo dio a mi!, y no conforme, el Dios que ahora es mi Dios y también mi padre, me devolvió a Isaac, y me añade cada día regalos que antes yo procuré con afán y dolor. ¡Siempre quiso dármelos! Pero era necesario primero sentarse en el trono, y estar seguro de que nada volvería a quitarlo de allí.

La felicidad llegó a mi corazón, cuando mi corazón encontró al verdadero Rey y se convirtió en un súbdito, el Rey decidió que no solo sería el Rey, sería un Padre y yo sería su hija. Lo menos que puedo hacer ahora es vivir por ese Rey y por su reino, pero siempre quedaré en deuda porque me dará recompensas, por mas que le de todo lo que tengo y todo lo que soy, El siempre tendrá algo mas para mí.

Soy poseedora de una hermosa historia de amor, en la que conocí a un Rey que no solo peleó por mí, sino me peleó a mí con amor rotundo. ¿Se podrá levantar alguien para decirme que mi vida no es bella?, es la historia bella, que quiso plasmar en colores un romántico Pintor. Hoy vino a mostrarme su esmerada pintura... y estoy maravillada la empezó una noche como ésta, hace 24 años, cuando dispuso el tema y preparó el pincel.

Son las 4 de la mañana, el sueño ha vuelto. Dormiré plácidamente, mi corazón está seguro gobernado por su Rey, un Rey inalterable, invencible, a veces también inexplicable... pero ya no lo cuestiono, confío. Después de todo es también mi Padre, elegirá lo que sea mejor y mientras le obedezca estaré bien. El Rey que no se rinde cuando ama, y que jamás me dejará de amar. Cierro los ojos y sobre mi almohada recuesto mi cabeza, han vuelto los sonidos reverentes de la noche, y el aire me trae el arrullo de una dulce canción, dice: “Duerme confiada mi princesa, descansa... yo te cuido... YO SOY TU DIOS Y SOLO YO”


Becky Son
Escrito: Octubre 2,006.

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