domingo, 17 de abril de 2011

Septiembre y mi óleo de alegría en lugar de luto


Por Becky Son
Publicación original Periódico Nuevo Tiempo, Septiembre 2,010.

El frío Septiembre con sus lluvias cargadas de melancolía me ha sorprendido de nuevo.  Días brumosos invadidos de recuerdos, y alguna inevitable lágrima escurridiza, cuando sus tardes nubladas  evocan el 14 de Septiembre del 2002…
 Me encontraba en la cama de un sanatorio, sosteniendo entre mis brazos a mí recién nacida Aneliese. En su rostro diáfano y pálido aun se podía notar el gesto de un adiós forzado, que me dolía profundamente.  Horas atrás ese día, aun jugaba dentro de mi vientre, disfrutando mi calor y yo el suyo.  Más tarde yacía entre mis brazos, y yo la extrañaba tanto.  Extrañé el encuentro de nuestras miradas que jamás sucedió, porque no pude ver sus ojitos abiertos.  Extrañé la fuerza de sus pequeñas manitas apretando mi dedo meñique, y ver crecer sus sedosos cabellos negros que prometían tanta belleza, extrañé su voz y su llanto, sus canciones de niña y los balbuceos que jamás escuché.  Mi pequeña Aneliese murió al nacer, ahogada por el cordón umbilical, al día siguiente, en vez de llevarla a la primorosa cuna que le preparé durante 9 meses, tuve que desprenderme de su pequeño y frágil cuerpo para dejarlo dentro de un ataúd, en una fría tumba.

Había soñado el privilegio de ser mamá de una niña dos años antes de lograr quedar embarazada, por lo que al confirmar el embarazo me dediqué a preparar con ilusión, la llegada de mi pequeña a casa. Con mis propias manos cosí sus ajuares, con encajes y algodones decoré su cuna. Así que perderla me llenó no sólo de tristeza, sino también de enojo, y a veces me encontré diciéndole a Jesús las mismas palabras de Marta ante la muerte de su hermano: “Señor, si hubieras estado conmigo, mi hija no habría muerto”,  (Juan  11:21) ¿Acaso no sabía Dios cuanto yo la amaba? Así divagando uno de aquellos días me encontré en un sueño: La misma sala donde di a luz, pero a diferencia del médico que me atendió en la realidad, el médico de mi sueño vestía de blanco, recibió a mi hija y la tomó en sus brazos, pero no como lo hace un médico sino como lo hace un padre, era casi palpable en la atmósfera el amor que ese hombre irradiaba por mi bebé.  Así con ella entre sus brazos, se dio la vuelta y se marchó.  Cuando desperté tenía un sentimiento bien presente, mi hija estaba en brazos de alguien que podía amarla aun más que yo, y por lo tanto darle mejor bienestar del que yo hubiera podido.  Ese día fue un descanso para mi corazón después de mi pérdida, pero solo era el principio del consuelo que Dios tenía para mí.

Tres meses  después resulté embarazada de nuevo, aunque al principio tuve temor, mi embarazo llegó a término plácidamente, sin  sufrir ningún síntoma, náuseas, mareos o dolor de espalda.  El 20 de agosto del 2,003, ya con casi 36 semanas de gestación, tropecé con una grada y caí de rodillas, debido a mi temor de que algo pudiera salir mal, fui inmediatamente a la clínica, donde recibí la inesperada noticia de que mi hija estaba por nacer.  Argumenté que aun no tenía dolores de parto, y el médico me respondió: “No importa ya le empezarán”.  Sonreí y le creí, pero me fui a casa esperando regresar cuando los dolores aparecieran, la noche transcurrió tranquila y ante la ausencia de dolores, regresé a la clínica la mañana siguiente, el doctor entonces me aplicó un medicamento  para acelerar la labor de parto y esperamos. Los dolores no llegaron jamás, pero mi hija  Amy, nació por parto natural 5 horas después, ¡entre carcajadas!, ya que el médico era bastante bromista.  Su carita al nacer era tan graciosa que hacía sonreír a quien la viera.  Definitivamente Amy no podía llegar a éste mundo de otra forma, tiene un sentido del humor tan exquisito, que me he pasado riendo  los 7 años que lleva conmigo. 

El 14 de septiembre del 2,003, un año después de haber enterrado a mi pequeña Aneliese, mi Señor no me había dejado con las manos vacías, sostenía a mi pequeña Amy en brazos, confirmando para su soberana gloria, que El consuela a todos los enlutados;  ordena que a los afligidos se les dé gloria en lugar de ceniza, óleo de gozo en lugar de luto, y manto de alegría en lugar del espíritu angustiado.  Isaías 61:2-3