Canción de madre
Por Becky Son
Publicado originalmente en Revista La Siembra, agosto 2,010.
De todos nuestros órganos, el corazón es uno de los que más me sorprende. Nunca se detiene, rítmica e incesantemente purifica nuestra sangre, la irriga una y otra vez a todo nuestro cuerpo. Y aunque la mayor parte del tiempo pasa desapercibido, al poner especial atención se le puede escuchar, ¡está ahí! latiendo sin cesar, perseverante y fiel a su faena de cada segundo, en una sublime danza con la misma vida.
Pero el milagro aun es más hermoso, cuando el latido proviene de un corazón de madre, porque aunque nadie más lo escuche, es la canción más significativa para su hijo, desde que se forma dentro de su vientre. Una canción que le dice que no está solo, que le habla de amor y protección… que le promete que todo estará bien, mientras arrulla sus más dulces sueños.
Comprendí la trascendencia de ese latido cuando di a luz a mi primer hijo. Al contacto con el aire de su nuevo mundo, lloró por primera vez, y por primera vez también consolé su llanto. El médico lo acercó a mí, y colocó su pequeño oído justo sobre mi corazón, cuyo latir fue el calmante eficaz en medio de su primer desafío. Lo que yo no supe entonces, es que con el transcurrir de los años, lo seguiría siendo.
Si tú eres madre, es probable que sepas curar una pierna adolorida con crema para manos, quitar el insomnio recostándote al lado unos minutos, iluminar un día lluvioso contando alguna historia, hacer olvidar un raspón con una mueca divertida. También sin duda sabes consolar con besos sin tener que usar palabras, advertir del peligro con una sola mirada. Porque solo tú conoces ese lenguaje único que habla tu hijo: el de sus gestos, de sus ojos, de su silencio y de sus bullicios. Y así cada vez que te acercas con la intención de ayudarle, sin importar lo efectivo que el remedio sea, tu hijo vuelve a escuchar tu latido, ya no audiblemente como cuando estuvo en tu vientre, pero para él, igual de perceptible y eficaz como entonces.
Y pensar que a veces nosotras mismas hacemos tanto ruido, sucumbiendo ante la rutina, ante los afanes sin fin de la vida moderna, silenciando tal vez sin querer, pero a fin de cuentas silenciando la canción que entonamos un día, inútilmente intentando llenar el vacío de nuestra fuga, con juguetes, con la televisión que finge alguna compañía, y con canciones extrañas, que no podrán igualar la armonía perfecta, que Dios puso en el latir de un corazón de madre.
Yo propongo que hoy encontremos la manera, de que nuestros hijos vuelvan a escuchar ese latido. Propongo que busquemos junto a ellos, el silencio sereno de donde solo emerge, con sencillez exquisita, esa canción que le dice que no está solo, que le habla de amor y protección… que le promete que todo estará bien, mientras arrulla ¡todavía! sus más dulces sueños.